Cuando Stephanie aceptó hacerse cargo de ese trabajo, supo que tendría que negociar con Raoul Lanier, el poderoso heredero de un imperio, hombre implacable, dueño de una irresistible sensualidad.
Stephanie intentó ignorar la súbita atracción que surgió entre ambos. Tenía que concentrarse solamente en la hábil capacidad negociadora del señor Lanier, ¡no en sus técnicas amatorias! Después de todo, tenían entre manos un importante contrato. Pero luego quedó claro que el único contrato que le importaba a Raoul era... ¡el matrimonio!